Acá en la montaña, en el corazón de nuestra tierra. Las cosas
siempre han sido diferentes. El aire y el agua son más puros, ciertos
alimentos, más frescos y saludables y las relaciones son más calurosas,
digamos, que más humanas. El ritmo de
vida lo marcan las florecidas y las cosechas, los renuevos de la vegetación,
fases de la luna, la temporada de lluvia
y del frío.
Si bien, el Huracán María ha cambiado el pulso, no lo ha
hecho con el tesón de las personas.
Mi esposa Luchy, hace unos meses, me comentaba que debíamos
celebrar los 130 años de historia de la Hacienda Luz de Luna (1887-2017),
lugar, entre las verdes montañas adjunteñas, donde hemos establecido nuestro
hogar durante cuarenta años. Nos tocó
la mayor de las celebraciones: saber que
nuestros hijos y nietos están bien, observar
la Casa Grande y otras de las estructuras intactas y sólo dos con algunos daños.
¡Le agradezco a Dios por su
misericordia!
Junto a mi hijo Ventura (el Chef de la televisión) podamos
los plátanos y las yautías caídas y las aterramos. Igual hicimos con los cítricos. Nos hemos levantado temprano de mañana, igual
que su esposa y mi nieta Magnolia, para recoger los granos de café que aún
quedan en los arbustos. Las ramas caídas
nos han servido de leña para alimentar un improvisado fogón y preparar los
alimentos.
No tenemos señal de internet, no hay televisión o ATH; la
gasolina escaseó hasta hace un par de días y recién se restableció el servicio
postal.
Todo parece haber cambiado.
Es cierto, pero la solidaridad, el calor familiar y entre vecinos están más
presentes que nunca. Esa es la fibra
íntima y el fundamento sólido sobre los cuales los puertorriqueños encaminamos
nuestra recuperación.
Escrito es del 9 de octubre de 2017
Al fondo casita del mayordomo destechada pero ya con toldos.
Bandera izada el 26
de septiembre.
Foto: 26 de septiembre 2017.
Tras Huracán María.
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