Describo la vista desde el balcón de ‘la
casa’ de mi suegra, comparo y reflexiono.
Observo desde el piso doce en Guaynabo,
supongo que en dirección hacia el Oeste. Altos edificios, un generador de viento
detenido; hay árboles y palmeras, tórtolas que arrullan. Aún en los balcones hay verdores. Y es que somos caribeños, hijos del mar y el
sol…y la sombra nos refresca; anima el alma.
Casi siempre lo pasamos por alto, pero eso somos y tiene significado.
A lo lejos, los montes. Están empañados con una cortina de humo o de
bruma. Nos recuerda un pasado de vida. Bajamos de las montañas; de allá de “la
serranía donde vive mi ilusión”.
El generador sigue detenido. El sol calienta las fachadas Este. Allí para subir y bajar se requiere de
ascensor.
¿Qué hace la gente un domingo? Descansar, ir a la iglesia, ver televisión,
textearse, salir a desayunarse, a pasear.
Supongo que algunos laven su carro o hagan el patio. Son miles de dramas humanos desconocidos. Y estando juntos todos, estamos aislados. ¿Quién vive abajo,
arriba, o al lado? ¿El buenos días
estará reservado para los que coinciden en el cajón? Quiero pensar que una sonrisa para el celador
del control de acceso.
Acá, arriba no es mí arriba. El mío amanece con gallos cantando; con la
humedad y el frío de la quebrada y el río, con olores a flores, a hierba…brillan los serenos y el
ojo capta espacios abiertos. Vivo en lo
alto, pero en un alto distinto.
Cuando el sol calienta mi casa, ella me
habla con rechinos y tambores. Cuando
llueve, escucho la melodía que componen el agua y el cinc, y los verdores
aumentan su intensidad, el río brama, el cangilón se hincha y se tiñe de ocre.
Allá o acá, son dos mundos que forman uno.
El hoy y el hoy diferentes, distantes entre sí, pero presentes. En fin, un domingo cualquiera en un lugar
especial; ¡Puerto Rico!
Edric E. Vivoni Farage
Desde donde vive Doña Luz
9 de noviembre de 2014
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