viernes, 8 de julio de 2011

Jueces, Política y Justicia

   Dedicado a los juzgadores sabios y juiciosos cuyo norte es ser ecuánimes.  A quienes honran la toga y dan ejemplo de excelencia.   A los que aún dudando, se atreven a hacer brillar la justicia por encima de todas las demás consideraciones. 

   A los pueblos que en medio de sus crisis, asumen responsabilidad,  crean soluciones y se superan.
   A cada puertorriqueño.


          En Puerto Rico existe un 'tejemeneje' con la designación de jueces tomado en consideración criterios políticos y partidistas.  Más allá de una cuestión de preferencia de estatus, la movida, sépase o no, comprende toda una visión de mundo.  Lo cierto es que el partido en el poder tiene [preferiría usar, cree tener] una preeminencia ideológica en las cortes que trasciende tanto la estadidad como su estadía en La Fortaleza.
         Un país, y el sistema reinante que utiliza para impartir justicia, tiene resultados beneficiosos cuando los criterios para seleccionar a sus magistrados responden a la calidad de sus valores morales y humanos, a una respetable trayectoria como juristas y estudiosos de la vida, y un resuelto compromiso de salvaguardar los derechos humanos.  En esencia, sus jueces deben ser personas con un grado de sabiduría y vocación para resolver con ecuanimidad las controversias.
A muy pocos se nos ocurriría escoger, basado en su adhesión o trayectoria como afiliado de un partido, a un mecánico para que repare nuestro auto o a un cirujano al momento de someternos a una operación. La verdad es que utilizamos criterios relacionados con su calidad humana, experiencia y profesionalismo.
Deberíamos pecar de ingenuos al cuestionar la manera en que todos hemos llegado a aceptar como algo tan natural, aquello que claramente resulta irrazonable, dañino y hasta ofensivo.  ¿Qué posibles explicaciones existen para tan desatinado e irracional absurdo?
         La responsabilidad siempre ha sido nuestra.   En mayor o menor grado, nos hemos fanatizado y apasionado con el asunto de alcanzar o rechazar la tierra prometida bajo la soberanía/independencia o bajo la integración/estadidad, que nos hemos convertido a un tipo de servilismo; hemos optado por someternos al dirigismo de los partidos, del gobierno y de sus líderes.  Llegamos a sentirnos impotentes y carentes de la libertad y de los medios necesarios para enfocarnos en el presente y en lo nuestro: nuestras vidas, nuestra familia, nuestro vecindario, nuestro trabajo, nuestra tierra, nuestras dificultades y retos, y aplicar nuestra creatividad e inteligencia para resolver lo que sea necesario, y prevalecer.  Y es que de eso es de los que precisamente se trata la calidad de vida.  Al postergar y delegar la lógica y encomiable labor de ocuparnos por lo que somos, hacemos y logramos… terminamos escogiendo a cabros para que velen y se ocupen de nuestras lechugas. ¿Qué puede ser más disparatado que eso?
Volviendo a los partidos políticos, además de premiar a sus seguidores, pueden concebirse otras ‘razones’ para ésta manera de hacer nombramientos judiciales: que al surgir controversias en las cuales esté envuelto el estatus o sus colectividades, ya exista una mentalidad cuya tendencia sea la de favorecer a quien hizo la designación.  Igualmente podría ocurrir, al presentarse litigios donde se cuestione la validez de actuaciones del partido nominador, (como el caso del gasoducto) y situaciones contenciosas donde estén involucrados políticos o sus protegidos.
Lo que pudiese considerarse una estrategia para obtener de antemano ciertas ventajas, también constituye un subterfugio que quebranta el principio constitucional de separación de poderes y el deber cardinal y jurídico de encausar imparcialmente las controversias judiciales.  Estamos o aparentamos estar ante un caso de corrupción institucionalizada, que no puede válidamente excusarse con el señalamiento de que antes otros lo han hecho o que en otros países, cercanos o lejanos, esa sea o haya sido la práctica.  Debemos de cuidarnos de la dulce tentación de ‘sacarle provecho’  a tal desastre social y de algún modo ‘validar’ la inmoralidad.  Lo que está mal, lo está y no debe importar quién lo haga.  El objetivo siempre debe ser la excelencia.
Es probable que quienes elijan, confirmen y ejerzan como jueces disten de éstas consideraciones, pero la suspicacia y el aspecto de otras intenciones proporcionan poca paz de conciencia para los juzgadores, un pésimo ejemplo a la ciudadanía, perturba el bienestar común y alimenta la frustración y el pesimismo colectivo. Como bien dice el dicho, la mujer del cesar no sólo debe ser honesta, también debe aparentarlo.
La transparencia, es un asunto trascendentalmente indispensable para la sana administración del país.  Que en los menesteres que nos atañen a cada cual, nos ayude Dios.

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