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lunes, 28 de enero de 2013

De la montaña a la mar


       Es mayo y en el mes la lluvia ha sido copiosa. Bajamos hacia la costa por la ruta de Duey desde el vallecito encantado entre los montes de Yahuecas donde vivimos. Lo hacemos en paz. Queremos capturar instantes de belleza y majestuosidad de los picos más altos para un proyecto fotográfico que juntos ideamos. 
Irma, Carlos Manuel, Edric y Luchy en la caseta de La Parguera
   Circundamos a Yauco y a Guànica camino a La Parguera.  Este fin de semana lo vamos a pasar con Irma y el primo Carlos Manuel.  La invitación culmina mutuas expectativas de compartir y llevamos una buena provisión de chinas, plátanos, mafafos, calabaza, dulce de limón y queso del país. Tras doblar la curva de los recuerdos y las tres lomitas en la carretera, arribamos y nuestros anfitriones nos presentan para completar la mixtura; pescado y otras tantas exquisiteces.
   El muellecito nos conduce a la casita de madera tricolor: amarilla, verde chatrè y azul claro.  Respiro el salitre y nos acomodamos.  La cena incluye capitán a la barbacoa con tostones y nos chupamos hasta los dedos saboreándolo todo. Salimos caminando hacia el poblado, pero ya no es como antes y decidimos buscar el auto; así tienen que disimular menos las extremidades inferiores. 
     Todo ha cambiado mucho desde los veranos de la infancia que pasé con mis abuelos paternos. Aquella casona verde en el pequeño cerro, de blanco balcón balaustrado, puertas de celosías, reposaba sobre altos y enfilados socos. Alrededor, la de los Ramírez, Mercado, Cabassa, Martín y alguna otra que no recuerdo. Desde allí descifraba, cerca de las once, los puntitos blancos en el horizonte marino; los veleros improvisados por pescadores de sueños que regresaban con la anzuelada. El mar siempre estuvo moteado con mancharones verdes, siendo el mayor de ellos, Magueyes, el islote convertido en zoológico. Aprendí de niño a comprar pescado en el muelle. Con peso y medio conseguía meros, pargos y arrayados y por diez centavos más, me los entregaban escamados y limpios.
Victor, Carmen R., yo, Tía Regina,  Tata Fina, Abi, Chiqui, Abuelo





   En las tardes era el chapuzón del grupito de primas y primos, de algunos amigos y amigas en el ‘Bañito de Abi’. Así llamé siempre a mi abuelo. Era una casucha, la primeriza de otras cientos que con el paso de los tiempos llenaron esa parte de la zona costera.  Sus maderas eran lanudas, curtidas por la sal y la brisa; el techo era de cinc en dos aguas. Un cuartito con un banco para cambiarse los varones y al otro lado, el de las muchachas. Hacia el mar un balconcito, una escalera, una verja de alambre coronada por una tabla que sobresalía como un pie y enmarcaba el área de nado de unos 12 x 24. En el fondo, arena de Playita Rosada que se traía todos los años.
     Pero como dije, ha sido mucho el cambio. Es sábado en la noche y hay un tropel de juventud luciendo modas y estilos, muchachas exhibiendo las carnes fronterizas, ‘raperos’ y todo lo que ha llegado después y que me resulta extraño.  Es el ‘compartir moderno’ que se da en docenas de kioscos y barras que responden al nombre de ‘pubs’, dentro y frente a los cuales se compite y ‘socializa’ bajos los efectos del licor.
     Atrás quedó la tienda de Don Fei y su violín nocturnal, el llanito donde se colocaba el palo encebao, la manada de cabras, las cerdas que joseaban entre el agua y el fango, el cielo lleno de tijerillas, gaviotas y pelícanos, los miles de cangrejitos, el cine sabatino de siete chavos (un cepo de sacos de papa tejidos y amarrados entre bambúas, con banquitos sobre el cieno seco luego que bajaba la marea y por cubierta, la intemperie). Lejos está aquel cafetín de la esquina con la vellonera y las canciones de Felipe Rodríguez, los Churumbeles de España, Sarita Montiel con su fumando espero y aquello de…“en una jaula de oro, pendiente de un balcón se hallaba una calandria cantando su canción”.
Los cayos de La Parguera/ conglomerado de barcos a la izquierda
   Regresamos y el primo y yo conversamos hasta horas de la madrugada sobre las cosas importantes de la vida.  ¡Claro que siguen existiendo!
 Cuando amaneció, desperté primero y en la tranquilidad de la terracita olvide las añoranzas del pasado, recuperé el presente y la alegría de la vida y escribí:
     “El sol baila la danza de las olas. Miro desde el balcón de la casita de Carlos Manuel el mangle; la madeja de raíces apuntaladas que sostienen las copas de menudo verdor. Sus saetas y lanzas añoran el agua y procuran saltar rumbo a la gravedad.”
     “Hombre y flora comparten - las aves marinas revolotean y a la distancia el resplandor del astro se convierte en plato diamantino.”
     “Los botes anclados forman hileras de parchos albinos; de antenas inquisidoras que miran al cielo; que duermen y sueñan con vibrar y sentir la tensión cuando el ser que vuela bajo las olas se ensarta y se rinde precisamente en el momento de su victoria sobre la carnada.”
   “Hay pasadizos entre islotes y cayos - nidales de garzas y pargos. El hombre marca sus contornos desde el fondo, delineando la navegación asegurada.”
   Desayunamos en el Villa Parguera.   Meditamos, dialogamos, bromeamos, sacamos fotos y películas de lo que mañana serán recuerdos del pasado.
Capitaneando El Bohique
   Capitaneé al velero Bohique y bajo las instrucciones de Carlos, fondeamos para darnos un chapuzón en Cayo Enrique, cerca de donde el pariente Geño Ramírez Acosta construyó una caseta de la cual sólo tres pilotes han sobrevivido los embates huracanados.
   Tarde en la tarde recogimos sin prisa, habiendo saboreado cada instante. Partimos con la misma alegría, pero mas completos y enriquecidos que cuando llegamos.  Luchy y yo hablamos por todo el camino; analizamos y agradecidos concluimos que tan sólo ha quedado pendiente la subida de estos primos del mar a la montaña.   
 
(Escrito original es del 8 de junio de 2005. Le obsequié una copia a Carlos Manuel que exhibe en su caseta.) 

lunes, 9 de mayo de 2011

Tras el reencuentro en La Parguera el 18 de abril de 2011

Edric, Carmen Ide y Carlos Manuel
Querida familia,    ¡Que bien la pasamos el lunes!    Yía y Mina, las decanas del grupo, dan cátedra de la abundancia de la vida sin tener que hablar mucho - y hablaron-.    Compartir con Carmen Idelisa tras treinta y pico de años, fue significativo para ella y para nosotros.    La presencia de Oscar y Luz Marina, el único matrimonio presente de esa generación, con el ánimo y cariño que manifiestan, fue especial.    Los primos de nuestra generación que nos dimos cita, creamos una combinación interesantísima de alegría, recuerdos parguereños y vellones (reales e imaginarios).Y de nuestras esposas, ¿qué seríamos sin ellas? Aunque sea pa'regañarnos cuando nos portamos mal.  Tuve la sensación de que bromeamos hasta con lo serio, y eso es tremendo.
    Nuestros hijos y nietos nos vieron allí hablando y riendo como muchachos, y añadieron ese toque de continuidad familiar. (Siempre los nietos e hijos nos alegran y enseñan a ser mejores padres y abuelos.)
   Ventura se la comió con lo que preparó; aunque nos lo comimos nosotros.
   Carlos Manuel, fue un excelente anfitrión en todos los sentidos, y damos gracias por haber pensado en sus ayudantes, Eddie, esposa e hija - que colaboraron en todo.
   A Luchy, gracias por haber compartido con todos sus recientes pinturas (y por haber guiado de regreso a Adjuntas esa noche).
   En lo que a mi respecta, gracias por la presencia de todos, gracias por el esfuerzo y los arreglos que hicieron para lograrlo, por las golosinas y el buen vino que llevaron, y por ayudarme a realizar 2 metas: abrirnos un espacio para compartir familiarmente junto a Carmen Ide y obsequiarle a Carlos e Irma el cuadro de su caseta de La Parguera.
  Ahora, lo que falta es que intercambiemos las fotos que tomamos.
Un abrazo,
Edric 
Nota: El anterior fue el mensaje electrónico que envié a los asistentes post actividad
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El siguiente escrito es de Carlos Manuel... a posteriori.

       Los orígenes de este reencuentro parten de un embeleco nacido de una reflexión de Edric Vivoni Farage. Compartíamos ambos algo que formaba parte de tantas conversaciones, la de convocar a nuestros primos.  El nombre de Carmen Ide surgió sin querer queriendo. La idea de que podíamos invitarla fue poco a poco haciéndose realidad. Edric se ocupó de hacerla realidad. La llamó, la visitó y la convenció. Como si fuera poco, la trajo a La Parguera a la fiesta y la llevó a su casa. Esta idea no se quedó allí. Luego viene la parte artística. Edric se inventó un acto de develación de su obra artística convertido en un obsequio a Irma y a Carlos Manuel. Lo que inventó lo obsequió.
       La verdad que a los niños les encantan las sorpresas. Ese día del reencuentro parecíamos niños ante una gran fiesta de sorpresas.
      Una la presencia de Carmen Ide, evento que ciertamente no esperabamos ocurriera realmente; luego la sorpresa de la develación del cuadro de Edric, obra de arte que llenó de admiración a todos. Junto a Edric también quedó consagrada ahí la obra de Luchy que desplegó junto a otra pintura del manglar un maravilloso cuadro del crepúsculo parguereño.
      Alfredito Vivoni también nos visitó con antelación, junto a Oscar, Luz Marina y Humberto, Ivette e Isabella (la nieta) y mi madre, la noche antes de nuestro reencuentro. Alfredito nos obsequió desde la pantalla de su "laptop" todo un repertorio de fotografías de la antiguedad. Fotos de los Acosta, de los Martín, de los Ramírez, de los Vivoni. La verdad que brillaba en sus ojos y en su conversatorio explicativo mientras mirábamos las fotos, la fugaz memoria de Alfredo, ahora revivida en Alfredito.
      Otra muy interesante sorpresa fue la del Chef Ventura. Sus platos y repertorio de sabores, todos confeccionados in situ, combinados ellos con un amanecer y día fresco, soleado y tranquilo subió enormemente el colorido y la alegría que reinó en la caseta todo el día.
      Pero este no acabó allí. Las fotos antiguas de Huguette y Mina fueron otro giro sorpresivo. Fotos del primer bañito de Abi. Que cosa más grande. Pero hubo más sorpresas: la de Oscar Martín y Luz Marina ambos resplandecientes octogenarios de belleza incomparable. Ellos adornaban particularmente la gran fiesta parguereña, por ser la pareja matrimonial de mayor antiguedad. Otro duo especial, Mina Monagas y María Teresa González, ya alcanzaron la suma cronométrica de noventa y tantos. Van derechitas al siglo.
     De los que hicieron acto de presencia el lunes enumero los siguientes: Joey Molini y Gaile, su esposa,  Alberto Ramírez, Roberto y Angie, Armando y Margarita, Carmen y Juan Manuel, Huguette y Frankie su esposo, y su nena Anuska, y Edric y Luchy.
     Luego la segunda o tercera generación: (que estuvieron el sábado y domingo) María Irma, mi hija con mi nieto Wixilito y su papá; luego algunos hijos Edric y sus respectivos novios o esposas, y también algunos nietos. Me refiero a Marcos (el 3ero con Mapy) y Annette, su novia; Alberto (2ndo con Luchy) y Nany, su esposa, con la nieta Amaya Zoé; y Lusel (3era con Luchy) y Pablito con sus sus hijos Ithalia y Eván. Vino también Ventura y su amiga Mónica. Estaba presente Malena la hija de Carmen y Juan y su esposo, Julio González. Vinieron acompañados de sus hijos Carolina Sofía, Camelia Pilar y Gabriel Andrés nietos de Carmen. Vino también Nancy la esposa de Nealito Monagas con Mariola, su hija acompañada de Ricky su esposo y la bebé Marena.
     La visita de Carmen Ide fue ciertamente el evento más importante. Pudimos todos notar el júbilo que brillaba de su rostro. El agradecimiento fue mutuo. Todos, como en un golpe de esponáneidad la abrazamos a unísono. Al menos asi me pareció. No pudo menos Carmen Ide que saber y sentir cómo lo mejor de nuestras memorias salia a relucir a borbotones. Los sentimientos de familiaridad y fraternidad eran la orden del día.
     Tuve la oportunidad de conversar con ella y quedar más que agradecido de recibir de ella pensamientos y sentimientos llenos de pura espontáneidad. Habló como mujer profundamente angustiada por el dolor. Brilla con sus palabras lo más sublime pero también redobla con pesares que quisiera ella proferir a gritos pero que sencillamente calla con sordina obligada.
     Carmen Ide es mujer con sentimientos de Julia de Burgos y de Matos Paoli, pero aquella sonrisa de niña, de aquella Carmen Ide que vi en una foto cuando apenas tendría nueve años, queda todavía en su semblante. Quien sabe si Carmen Ide encarna consciente o inconscientemente en lo más recóndito de su soledad y dolor el mismísimo Jesús sufriente.
Carlos Manuel Ramírez

martes, 15 de marzo de 2011

Vida en La Parguera

       Desde que tengo uso de razón, la Parguera ha sido escenario vivencial y familiar   Hace bastante tiempo  vi la película de un viaje que di junto a Mamá a La Mata de La Gata en una yola que conducía Don Vicente Cotte (el gobernador de esa isleta); tendría yo alrededor de un año.  
     Mis abuelos paternos eran dueños de  una casa que se erguia sobre una loma, en la cual pasaban la temporada de verano y alternaban con sus nietos.  Era una casona  levantada en socos, pintada de verde y blanco; ventanas de celosías y un balcón de balaustres con una panorámica vista al mar.  Desde allí observaba como aquellos puntitos blancos en el horizonte se acercaban, convirtiéndose en veleritos pesqueros que a su arribo me transformaban en muchacho de 'mandao',  para ir al muelle a comprar meros, pargos o arrayaos.  La brisa del sur traía olor a mangle y a salitre, y las acacias, adornadas con cientos de vainas secas, se agitaban sincronizadamente y respondían con el sonido de mil güícharos.  Las manadas de cabros y de cerdos andaban libremente por el camino pedregoso que unía a una docena de casas; la de los Martín, los Mercado, Cabassa, varios Ramírez, la tiendita de Don Gabriel, la de Don Fey Pabón (el violinista) y el cafetín de la vellonera en la curvita.  Allí era el lugar donde desfilaban, en 'cita' nocturnal, Felipe Rodríguez, Julio Jaramillo, Paquitín Soto, el dúo Irizarry de Córdova, los Churumbeles de España, Sarita Montiel y otros tantos cuyas canciones, a fuerza de la repetición, aprendí.
     A pesar de que ha cambiado, siguen claras  mis memorias de entonces y puedo relacionar cosas de antes con las de ahora.  Sobre todo, experiencias allí vividas son parte del mosaico de la persona en la que continúo transformándome en el presente.  
    Haber estado desde el miércoles hasta el sábado en la caseta de Carlos Manuel e Irma y junto a Luchy, convertir la terracita en taller para pintar mar, cielo, cayos y manglares; conversar y compartir libre y abiertamente con ellos, disfrutar de un capitán, del chapuzón en Caracoles y un vinito, (todo sin prisa) fue un cambio de ritmo refrescante. Coincidir en el Balcón del Mar con José B. y sus amigos, y desayunarnos juntos, entre bromas y vellones, me alegró.  Recibir la visita de Alfredito, con su siempre expresivo abrazo y dialogar con él sobre los seres queridos y los intereses comunes, fue hacer familia. Pasar de sábado a lunes en la caseta de Luis y Enery y ser objeto de tantas atenciones, paseos en lancha, tomar fotografías y recordar la vida y trayectoria de tantos conocidos comunes de la época del Colegio, fue recordar...y recordar es vivir. 
     La Parguera es otro de mis lugares mágicos lleno de momentos y ocasiones especiales que me enriquecen; que me concientizan de que no puedo sino dar gracias a Dios por el mayor de los regalos; la vida.

Edric Vivoni Farage
Desde la Casa Grande
Hacienda Luz de Luna
Barrio Yahuecas, Adjuntas




      Tus memorias sobre el pasado y el presente de la vida en La Parguera recogen imágenes muy familiares. No coincidíamos siempre, pero los personajes principales de aquel escenario veraniego del poblado eran lienzo plasmado, casi inmovil. Me viene a la mente la figura de Don Fei Pabón sentado con su violín frente a su tiendita. Era  también constructor de botes, de los típicos artesanales. Mi padre le compró su primer bote y le puso por nombre Zerimar. Recuerdo que en su tiendita me tomé mi primera cerveza, una pequeña, marca India. Luego Don Toñin Cancel - aquel señor, grueso callado, casi inmóvil, añangotao, o sentado en una banqueta bajitita, frente a su pescadería. Nadie puede olvidar a Don "Grabiel", hombre diminuto, siempre de pie, detrás del mostrador de su colmadito ubicado frente a nuestra casona. Siempre dibujaba en su rostro una sonrisa típicamente parguereña que delataba respeto. De su rostro se transparentaba un deje de simplicidad humana. Recuerdo también a Don Vicente Cotte o Don Viche, el gobernador de la Mata de La Gata. Prohibía las caricias en la Isla. Un hombre totalmente curtido por el sol. Parecía náufrago más que gobernador. Luego Narciso hijo de Viche. Claro, Don Viche, Don Toñin, Don Gabriel (quien duró cien años) murieron hace algunos años, pero Narciso vive y pesca. Es todavía buceador de langostas. Tiene unos setenta y dos años. Junto a él, Froilán pata de palo, otra figura parguereña. Es hoy dueño una pescadería privada y diríamos, la principal de la Parguera. Titín el guitarrista de las antiguas fiestas patronales ya está retirado. Muchas veces lo escuché cantar en la placita junto con el Rubio. Luego Yiye ya difunto, Don Tomás, Don Tino, etc.; todos ellos le daban estirpe, cultura y sabor a La Parguera.
       Ni hablemos del paisaje. Entrando a La Parguera, al pasar la segunda lomita entrabamos a un bosque revestido de las famosas barbas de Ulises. Estas barbas era plantas parasitarias que colgaban de sus ramas. Mi madre se ocupaba de llenarnos de entusiasmo. Veíamos a lo alto de los árboles, aquellas barbas bailar alegremente abatidas por el viento que soplaba del sur al atardecer. Luego despertar en las mañanas con el rugido de los pelícanos y las tijerillas, el grito de los pescadores que anclaban en la bahía recogiendo velas. Era toda una coreografía, obra maestra de pescadores expertos que sin motor hacían perpecias hasta posarse a pura brisa y vela ante su muerto. Los muertos eran anclas permanentes o motores de autos abandonados que se lanzaban a la bahía para servir de anclaje seguro a cada pescador. Qué maravilla, que espectáculo ver todos esos pescadores, quien sabe si unos quince o más de ellos sacar de sus viveros - lo que eran parte indispensable de cada velero - toda la pescadería del día habiendo levantado nasas y más nasas desde el amanecer en la Margarita o en el Turrumote o en el beril. No faltaba aquel rito tan poco agradable de escamar y destripar todo el pescado del día. Aquellos desechos eran banquete de toda la rapiña aérea que revoloteaba sobre pescadores y pescados. Se acercaban desde tierra también, como si fuera poco, aquellas lechonas paridoras del poblado. Ellas se metían al agua, hasta el cuello para comerse aquellos suculentos desperdicios. En ocasiones llegaba alguno que otro pescador con aquellos careyes enormes que ponían boca arriba frente a la pescadería de Don Toñín. Era patético verlos uno junto al otro, ojazos tristes, mirando el cielo raso en espera de algún comprador. La muchachería se entretenía con ellos tentándole la boca con palos y otros objetos. Quien fuera presa de la mordedura de un carey podía despedirse de sus dedos.
        Los pescadores de La Parguera y sus veleros eran un enorme escenario de vida para nosotros, los que pasábamos nuestra niñez veraniega allí. Me parecía su tan arriesgada y habilidosa profesión la de los reyes de La Parguera. Luego los cuentos y más cuentos que hacían sobre la cojinúa o la tintorera, que inspiraba un cierto respeto por esa tan digna y aventurosa profesión.

Carlos Manuel Ramírez