sábado, 8 de enero de 2011

Los Tres Santos Reyes, los tres y los tres...


Aún recuerdo cómo celebrábamos el Día de Reyes en La Manguera - la casa de mis abuelos paternos en San Germán. Había expectativa y emoción desde el día anterior... esperando el momento de montárnos en aquella guaguita Ford, verde clara, que tenía Papá e iniciar la travesía desde la Central Aguirre hasta la Ciudad de Las Lomas; dos horas y pico de viaje por la antigua carretera número 2. Había que pasar por el mismo centro (la plaza pública) de los pueblos de Salinas, Santa Isabel, Ponce, Guayanilla, Yauco y Sábana Grande. Mis primos hermanos, Robertito, Armandito y Carmen Regina, harían similar viaje desde San Juan, y acomodados en aquella casona de nuestra infancia y punto de reunión de la parentela, todos aguardábamos el momento de ir a cortar la hierba para los camellos.
Los masitos se hacían bajo la supervisión y dirección de Mamá Ita, nuestra abuela. Los amarrábamos por el medio con un cordón blanco y luego se cortaban ambos extremos, de manera que quedasen parejitos. Claro que antes de apretar el amarre, se colocaba debajo un papelito, suficientemente grande para que cupiese escrito el nombre. Un maso por niño. Luego se traía una palangana mediana y en el área donde se ponía la hierba para los camellos, se llenaba de agua.
La ilusión de los regalos y de la celebración me mantenía despierto tiempo después de haberme acostado. A la distancia escuchaba a la familia conversando y entre pensamientos y el murmullo terminaba durmiéndome.
Temprano al otro día, íbamos todos derechitos a buscar los juguetes y la ropa nueva; todo empacado y con los nombres escritos en el papel de la envoltura.
Percibía el olor a carbón y al bajar las escaleras de la cocina, estaba asándose el lechón en la vara. Borrero, un señor de barbas y pelo canoso, le daba vueltas ...y entre brasas, la brocha de plumas de gallina que metía en el aceite de achiote y que usaba para 'pintarlo', destapaba una canequita y se daba un trago. "No puede beber" se escuchaba desde el balconcito balaustrado de arriba.
A eso de las diez de la mañana comenzaba a sonar el timbre. Los limosneros iban en busca de algunas monedas, y a veces unos y otros, nos mandaban a entregárselas en la puerta de afuera.
En algún momento del día visitábamos el nacimiento en casa de Tía Bebé. Era un espectáculo de casitas, vereditas, riachuelos, arbolitos y por supuesto, el portal de Belén y todas sus figuras principales. Bajo aquel techo alto de cristal del patio interior de la casa y la fuente de agua, era un espectáculo visitado por otras tantas personas; los tíos, los primos y amigos de la familia Martín.
Por la tarde, después del café prieto que tostaba y colaba Demetria, salíamos de regreso a casa.
Hoy vivo en una casona de maderas techada de cinc que cumple 124 años y en muchos aspectos me recuerda la de mis abuelos paternos. Abí y Mamá Ita hace mucho que partieron, pero aún tengo presente aquellos años en que de niño celebraba el Día de los Reyes Magos con ellos. Lo cierto es que ahora soy yo quien junto a mis nietos preparo los masitos de hierba, los amarro con el cordoncillo blanco y le pongo el papelito con sus nombres.
Dicen que recordar es vivir, y es cierto; pero mucho mejor es revivir los recuerdos.

Desde la Casa Grande
Hacienda Luz de Luna
Barrio Yahuecas
Adjuntas, Puerto Rico





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