Se había criado entre los pastos verdes de las tierras altas. La humedad del rocío que acariciaba sus pequeños lomos, le profería un brillo especial a su pelaje cebruno. Había nacido aquel verano del 77, casi perfecta. Creció silvestre y libre, como una princesita entre la pequeña manada. Las alas del guaraguao marcaron el tiempo que transcurrió y es que el tiempo es como el viento; pasa y sólo vemos su efecto.
Su crin baila como bandera flotante... |
Un leve toque de la jáquima le muestra el giro a tomar. Su caminar es brioso, con ritmo cadencioso a cuatro tiempos; como yegua fina, de raza patria. Lleva su cabeza arqueada y bien colocada; ni muy al frente ni muy atrás. Sus orejas, pequeñas, enfiladas hacia los montes, despiertas, como antenas nerviosas captando lo que acontece; atentas a cualquier sonido que le indique si debe serenarse o aligerar su ejecución. Su crin baila como bandera flotante y se hace acompañar de una cola graciosamente levantada. Al pasar juega con el terreno; levanta mil piedrecillas y ricas partículas del suelo. Y por supuesto, coquetea con el viento y es dueña del tiempo y el espacio. El guaraguao levita muy cerca de un pico no muy lejano de la hacienda; observando.
Combinaba con perfección la docilidad con el brio; la libertad, con seguir el comando. Se destacaba en cualquier grupo, en la competencia o en el campo. Un día sin saberlo, como suelen ser muchas de las glorias y los momentos esperados, sería escogida para reina de un rebaño; no había razón o excusa para dudarlo.
Valió la pena. Los días y las noches de penuria. El cabestro que acomodó y achicó la cabeza y arqueó el cuello. Aquella varita larga que salpicaba con espinitas las patas traseras, que le enseñó a siempre dar el frente, nunca la espalda. Los sonidos estridentes de latones que asustaron en un principio, las sombrillas y las sábanas que como espectro aparecían de repente y le hacían brincar de susto; a través de ellos aprendió a mantenerse confiada, a no perder el ritmo y el tiempo, pasara lo que pasase. El cincho que apretó la cintura, la silla y el peso sobre el lomo que tanto trabajo le dió a mediados del comienzo. Aquel freno duro y frío sobre la lengua; ¡qué mucho le había incomodado! Fue todo un proceso que le llevó de potrilla a yegua; de princesa a reina.
Lusel en sus 20 |
Y dejó de llamarse Caterlinga y su nombre vino a ser la famosa Cildonia de Samisú. [Final del principio de una llave.]
Para mi hija Luz de Selenia el día de su cumpleaños número veinte. En Adjuntas, Puerto Rico a 18 de julio de 1997.
Que maravilla y que manera de enseñar.
ResponderBorrarVerdaderamente Dios nos concede oportunidades.
Gracias y bendiciones,
Luchy Vivoni
Hermoso y profundo...
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