A la memoria de Tío Alfredo.
‘Paino’: líder sangermeño, conversador, cuentista y medio paquetero.
Genio y figura hasta la sepultura.
Le visito en la sala de su
casa. Era un domingo cualquiera.
Tras saludos y bromas noto una
silla al estilo de los medallones españoles con el espaldar roto. Me acerco y me percato que la rotura es en la
pieza que forma tanto la pata como la parte superior ovalada. Le comento con lástima la situación, pues a
ambos nos gustan las antigüedades.
“Lo triste es que esa silla perteneció a mi abuela, tu
bisabuela, Doña Concha.”
“Yo me atrevo arreglarla,
pero para eso hay que desmontarla completa y como el tejido está hecho en la
madera, es necesario volver a empajillarla.”
“¿Y tú puedes hacer eso?"
“Con la ayuda de un par
de amigos, pero lo haré bajo una condición; que me permitas hacer una réplica
de ella."
“No faltaba más, si tú me
la reparas, has con ella lo que tú quieras.”
Pasó el tiempo y regresé con la
silla. Nueva pieza y pajilla, y pintada. Paino y yo
compartimos la alegría del logro… y yo tenía una réplica en madera de
capá prieto. Con mucho orgullo le mostraba a los amigos que me visitaban la copia de la silla que había sido de
mi bisabuela.
 |
Silla de medallón en capá prieto |
Otro domingo cualquiera volví a
visitarle y le comenté algo de la silla.
“La verdad es que quedó como nueva.”
“Sabes que le hago la
historia a mis amistades y le hablo de la original que perteneció a mi
bisabuela.”
“¿A tu bisabuela? Si esa
silla yo me la robé del sótano del Circulo de Recreo.”
(¡Ea rayos!)
Pero la vida tiene sus
recovecos y hace una semana mis primos; Carmen Regina, Roberto y Armando
decidieron vaciar la casa de Tía Regina.
Entre los muebles que habían considerado vender estaba la coqueta que
perteneció a Doña Concha; pero prefiriendo que permaneciese entre familiares,
la ofrecieron a quien primero se comunicase. Cosas que pasan; cuando lo notificaron por
internet yo estaba en la compu y más rápido que volando avisé sobre mi interés.
El lunes por la tarde ya tenía su lugar
en la Casa Grande de la Hacienda.
Valoro el obsequio y
ahora, sin temor a equivocarme y descartado cualquier posible paquete de Paino,
puedo compartir con las amistades que esa coqueta verdaderamente perteneció a mi bisabuela,
Doña Concha.