Es mayo y en el mes la lluvia ha sido copiosa. Bajamos hacia la costa por la ruta de Duey desde el vallecito encantado entre los montes de Yahuecas donde vivimos. Lo hacemos en paz. Queremos capturar instantes de belleza y majestuosidad de los picos más altos para un proyecto fotográfico que juntos ideamos.
|
Irma, Carlos Manuel, Edric y Luchy en la caseta de La Parguera |
Circundamos a Yauco y a Guànica
camino a La Parguera. Este fin de semana
lo vamos a pasar con Irma y el primo Carlos Manuel. La invitación culmina mutuas expectativas de
compartir y llevamos una buena provisión de chinas, plátanos, mafafos,
calabaza, dulce de limón y queso del país. Tras doblar la curva de los
recuerdos y las tres lomitas en la carretera, arribamos y nuestros anfitriones
nos presentan para completar la mixtura; pescado y otras tantas exquisiteces.
El
muellecito nos conduce a la casita de madera tricolor: amarilla, verde chatrè y
azul claro. Respiro el salitre y nos
acomodamos. La cena incluye capitán a la
barbacoa con tostones y nos chupamos hasta los dedos saboreándolo todo. Salimos
caminando hacia el poblado, pero ya no es como antes y decidimos buscar el
auto; así tienen que disimular menos las extremidades inferiores.
Todo ha cambiado mucho desde los
veranos de la infancia que pasé con mis abuelos paternos. Aquella casona verde
en el pequeño cerro, de blanco balcón balaustrado, puertas de celosías,
reposaba sobre altos y enfilados socos. Alrededor, la de los Ramírez, Mercado,
Cabassa, Martín y alguna otra que no recuerdo. Desde allí descifraba, cerca de
las once, los puntitos blancos en el horizonte marino; los veleros improvisados
por pescadores de sueños que regresaban con la anzuelada. El mar siempre estuvo
moteado con mancharones verdes, siendo el mayor de ellos, Magueyes, el islote
convertido en zoológico. Aprendí de niño a comprar pescado en el muelle. Con
peso y medio conseguía meros, pargos y arrayados y por diez centavos más, me
los entregaban escamados y limpios.
|
Victor, Carmen R., yo, Tía Regina, Tata Fina, Abi, Chiqui, Abuelo | |
|
|
|
| |
|
|
En las tardes era el
chapuzón del grupito de primas y primos, de algunos amigos y amigas en el
‘Bañito de Abi’. Así llamé siempre a mi abuelo. Era una casucha, la primeriza
de otras cientos que con el paso de los tiempos llenaron esa parte de la zona costera. Sus maderas eran lanudas, curtidas por la sal
y la brisa; el techo era de cinc en dos aguas. Un cuartito con un banco para
cambiarse los varones y al otro lado, el de las muchachas. Hacia el mar un
balconcito, una escalera, una verja de alambre coronada por una tabla que
sobresalía como un pie y enmarcaba el área de nado de unos 12 x 24. En el
fondo, arena de Playita Rosada que se traía todos los años.
Pero como dije, ha sido mucho el
cambio. Es sábado en la noche y hay un tropel de juventud luciendo modas y
estilos, muchachas exhibiendo las carnes fronterizas, ‘raperos’ y todo lo que
ha llegado después y que me resulta extraño.
Es el ‘compartir moderno’ que se da en docenas de kioscos y barras que
responden al nombre de ‘pubs’, dentro y frente a los cuales se compite y
‘socializa’ bajos los efectos del licor.
Atrás
quedó la tienda de Don Fei y su violín nocturnal, el llanito donde se colocaba
el palo encebao, la manada de cabras, las cerdas que joseaban entre el agua y
el fango, el cielo lleno de tijerillas, gaviotas y pelícanos, los miles de
cangrejitos, el cine sabatino de siete chavos (un cepo de sacos de papa tejidos
y amarrados entre bambúas, con banquitos sobre el cieno seco luego que bajaba
la marea y por cubierta, la intemperie). Lejos está aquel cafetín de la esquina
con la vellonera y las canciones de Felipe Rodríguez, los Churumbeles de
España, Sarita Montiel con su fumando espero y aquello de…“en una jaula de oro,
pendiente de un balcón se hallaba una calandria cantando su canción”.
|
Los cayos de La Parguera/ conglomerado de barcos a la izquierda |
Regresamos y el primo y
yo conversamos hasta horas de la madrugada sobre las cosas importantes de la
vida. ¡Claro que siguen existiendo!
Cuando amaneció,
desperté primero y en la tranquilidad de la terracita olvide las añoranzas del
pasado, recuperé el presente y la alegría de la vida y escribí:
“El sol baila la danza
de las olas. Miro desde el balcón de la casita de Carlos Manuel el mangle; la
madeja de raíces apuntaladas que sostienen las copas de menudo verdor. Sus
saetas y lanzas añoran el agua y procuran saltar rumbo a la gravedad.”
“Hombre y flora
comparten - las aves marinas revolotean y a la distancia el resplandor del
astro se convierte en plato diamantino.”
“Los botes anclados
forman hileras de parchos albinos; de antenas inquisidoras que miran al cielo;
que duermen y sueñan con vibrar y sentir la tensión cuando el ser que vuela
bajo las olas se ensarta y se rinde precisamente en el momento de su victoria
sobre la carnada.”
“Hay pasadizos entre
islotes y cayos - nidales de garzas y pargos. El hombre marca sus contornos
desde el fondo, delineando la navegación asegurada.”
Desayunamos en el Villa Parguera. Meditamos, dialogamos, bromeamos, sacamos
fotos y películas de lo que mañana serán recuerdos del pasado.
|
Capitaneando El Bohique |
Capitaneé al velero Bohique y bajo las
instrucciones de Carlos, fondeamos para darnos un chapuzón en Cayo Enrique,
cerca de donde el pariente Geño Ramírez Acosta construyó una caseta de la cual
sólo tres pilotes han sobrevivido los embates huracanados.
Tarde en la tarde
recogimos sin prisa, habiendo saboreado cada instante. Partimos con la misma
alegría, pero mas completos y enriquecidos que cuando llegamos. Luchy y yo hablamos por todo el camino;
analizamos y agradecidos concluimos que tan sólo ha quedado pendiente la subida
de estos primos del mar a la montaña.
(Escrito original es del 8 de junio de 2005. Le obsequié una copia a Carlos Manuel que exhibe en su caseta.)